Llamaradas violetas
No cantaba el gallo cuando Clara Olias descorrió el cerrojo y la tibieza de la vega penetró en la estancia. Oreaba tan temprano el cuarto para que las moscas y los efluvios a cerrado escaparan mientras preparaba el almuerzo a su marido y a su hijo que irían a la siega apenas el sol hiciera hervir una hebra en el horizonte. Más tarde se sumaría a ellos pero antes esperaría para dejar medio costal al molinero.
¿Cómo sabía si era tarde o temprano si el viejo gallo se negaba a cantar?
Le regresó el punto de fuga de lo soñado, la guerra, espadas melladas, piezas de armadura en la forja. No entendía ese temor, la guerra cesó. De la última regreso su marido sano. Qué temer pues si son tiempos de paz. Respira, se decía, al avivar los rescoldos; respira Clara, serénate, al tostar las hogazas en llamas apocadas que expirarían antes de contagiar su calor a un día que se presentía tórrido.
Manzanas, tasajo, queso añejo, huevos duros y el gallo sin cantar cuando, con las labores hechas, regresa a la cama, bujía en mano, y el convencimiento de que era noche cerrada. Abrió la puerta para acomodarse de nuevo junto a su marido. En ese instante se quedó helada.
Una mujer ocupaba su espacio. ¿Quién era, cómo era posible, por dónde había pasado si no había abandonado la entrada? Ideas dolorosas y perversas que huyeron como hojas otoñales al descubrir que esa mujer era ella misma, con su misma cara, con su mismo cuerpo e idéntica postura salvo que su figura tendida se hallaba envuelta en llamaradas violetas como si una frazada etérea que iba del púrpura al malva le arropara.
No supo cómo le vino el fulgurante deseo de formar parte de ese ser recostado que hacía su semejanza y al abrir los ojos, a la luz cegadora y doliente, supo que lo había conseguido. Ha sido un sueño, asumió, y aun así guardaría el secreto no fuera a llegar a oídos de la Inquisición.
Fue entonces, al desperezarse, cuando encontró a sus hombres despiertos deseándole mayor descanso por su visible agitación y agradeciéndole la comida preparada en aquella noche.
Intriga hasta el final, Pedro. Maravilloso texto para este fractal.
ResponderEliminarAbrazos
Gracias, Meme, una vez tuve una experiencia parecida. Hace de ello muchos veranos y yo, que soy muy pragmático, siempre me quedé dándoles vueltas al suceso.
ResponderEliminarSin duda, hubo de ser un sueño pero qué sensación tan extraña y curiosa aquella.
Un abrazo.
Inquietante...pero vamos, ¿quién no se ha visto desde arriba alguna vez? Jajaja...Es grande y para pensar.
ResponderEliminarMuy bueno.
Un abrazo
Te contaré, tiene poco misterio. Un abrazo.
EliminarEspero, querido amigo, que en el año que va a llegar encuentres la luz que buscas.
ResponderEliminarHermoso texto, si señor.
Salud
Gracias, amigo, te deseo todo lo mejor, un fuerte abrazo.
EliminarMi Señor Sabalete,
ResponderEliminarClara Olias le pegaba fuerte al orujo de la tierra y/o a los hongos o plantas medicinales alcaloides; o bien, era sonámbula perdida y fantasiosa, eso sí, trabajadora y mujer de su casa.
La navaja de Ockham funciona en estos casos ;)
Su narrativa como siempre brillante y envolvente, mucho más que las violetas llamaradas.
Suyo, Z+-----
Fíjese que en un texto que acabo de contestar mencionaba la dichosa navaja y ahora vengo a encontrármela aquí espero que no abierta. Gracias por el comentario.
EliminarPrecioso texto, donde el tiempo -y la luz- desvela los misterios que, inservibles o no, también se expanden.
ResponderEliminarGracias, Goathe.
Un beso muy galáctico :D