Basker y Willy

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Eran gatitos recién paridos abandonados al frío invernal en una caja de cartón en la Calle Cervantes. Los recogimos. El que no sobrevivió fue enterrado en un parterre pegado al Museo del Prado.

Willy fue adoptado por Baskerville, nuestro perro. Le enseñó a ser noble, a soltar babas de gusto al oler comida, a encontrar las mejores posturas de descanso y a dar interminablemente la pata para recibir caricias. Willy, a cambio, le mantenía las orejas impecables con lametones que le extraviaban la mirada.

Solían descansar juntos el uno junto al otro contándose viejas historias, efusiones y trasiegos de camaradas. La foto, de mis comienzos con esto de la fotografía, refleja uno de esos reposos. Es de finales de los 80, la conversión de un negativo de 35 mm.

Cuando Baskerville murió su aplomo vivió mucho más tiempo en la imitación de Willy. Ocupó sus mismos espacios, simuló las formas, la actitud. Quiero creer que, en cierta forma, extrañándole.

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