La niña portuguesa
Al sacerdote le penetró la peste mientras revisaba el
revocado de la fachada de su Iglesia. Ascendía desde el muelle, sugiriéndose
sobre los tejados y entre las copas, serpenteando por la araña de calles. Era
un hedor dulce, atroz, tan vagamente familiar que está metido en nuestra memoria sin
conocerlo. El sacerdote oteó en vano hacia el espacio donde el mar acariciaba al
cielo y con las manos entrelazadas a la espalda, levantando las rodillas con
afectación bajó al puerto. Los estibadores estaban sofocados, alguno aplastando
telas de saco contra su boca.
Aún tardó el barco inmundo en afianzarse como punto en el horizonte.
Para ese entonces la pestilencia paralizaba. Se hicieron a la embarcación de
servicio quince marineros, el maestre de puerto y el sacerdote. De cerca se
veía que la nave al pairo era un destartalado carguero español con los mástiles
quebrados, recubierta de verdín y abandono. Nadie respondió a la primera salva
ni a los gritos de aviso. Abordaron la nave con las bocas y las narices
tapadas. Había sido saqueado, algunas carroñeras levantaron el vuelo y dejaron
al descubierto la amorfa masa de cuerpos descompuestos. Cadáveres de todas las
edades y escalafones. Estragos de los piratas, de las tormentas, de un error de
cálculo. Los registraron. Nada de valor. Así descubrieron que uno de ellos, a
reparo del mortificante sol y la hostilidad de las aves, aún respiraba. Lo
bajaron a la nave de auxilio y le dieron agua, estaba tan mal que dudaban que
llegara vivo a Oporto. Se tocaba el cuello como asfixiándose. Aún en popa de la
nave arruinada, el sacerdote, musito una oración por las almas. Esparcieron la
brea por los laterales de la cubierta y la prendieron, giraron el timón
atándolo y desplegaron el trinquete para que la nave regresara a la profundidad
del océano.
De regreso a Oporto, con el cuerpo del superviviente tendido,
vieron que les arropaban nubes de tormenta. En la lejanía, la nave incendiada
ganaba en fulgor y parecía deslizarse a las mismas tragaderas del averno. El
superviviente no podía hablar, era hombre muerto. Lo abandonaron junto a rollos
de maroma y baldes de pecina. Cada uno fue a sus menesteres con poco humor por
la fragua de la tormenta y el nulo lucro del auxilio. Hasta ese entonces cuando
algún navío llegaba extraviado y se dejaba mecer a la costa, siempre sacaban unos
víveres, a veces hasta telas brocadas y joyas que los embarcados daban por su
auxilio y remolque. Luego llevaban el barco a puerto y lo declaraban a las
autoridades, si era de una nación enemiga se calafateaba como mercante o
desguarnecía para aprovechar las maderas. Aquella nave española, con la muerte
instalada como pasajera traería complicaciones de haberla acercado, lo primero la
inutilidad del barco y el dispendio de la ciudad en el entierro de desconocidos
de una nación con la que estaban en guerra y cuando menos unas noches en los calabozos
si quedaba alguna sospecha de fortuna incautada y no declarada.
Fue así como el segundo oficial, Tristán Acuña, quedó
abandonado en una ciudad desconocida con los cielos enturbiándose sobre él,
muerto de hambre con el único consuelo de un balde de agua en su cuerpo. La luz
dimitía y en la negrura del mar sólo palpitaba la ascua hirviente del Santa
Teresa resbalando de nuevo al insondable del que venía. El viento comenzaba a
remover la hojarasca y a levantar los faldones de las lonas de las barcazas. Sin
energías para tenerse fue reptando por un adoquinado mugriento hasta un
callejón donde entendió que tendría su cita con la muerte.
En su cuello imaginaba el resplandor del collar de jade tallado
con los oropeles de oro maya del que no quitaba la mano. De acuerdo al encantamiento
del chamán aparecería cuando de verdad lo necesitara y ni siquiera en esa
postrera hora podía verlo, al menos sí sentirlo al tacto, pulido, cautivador, valioso,
a salvo de las manos piratas y de la rapiña de los interesados.
Comenzó a llover, de inmediato el frío se le alojó dentro y
su mente se aproximó a revolver el mundo de su niñez, al nombre de su perro, las
manos de madre, la voz grave de padre, los años felices de grumete en Cádiz, el
asombro de los infinitos verdes de las Indias, los ojos indígenas de su amor.
Cerró los ojos, el abandono.
Una aspereza en los labios le despertó. Era pan duro. Se lo
tendía una niña enjuta y menuda de cabello oscuro. Comenzó a roerlo despacio,
era un inmenso trozo que compartían y se lo pasaban de uno a otro con la
naturalidad de los pobres. La niña estaba descalza como él, cubierta por un
saco de arpillera, entre los descosidos se veía una piel pálida, violeta,
tumefacta.
Al despertar a la mañana siguiente estaba solo. Había
desaparecido. Tuvo fuerza para ponerse en pie. Pensaba que había soñado, pero
aún quedaba un rastro a pan en su boca.
Prometió hallarla, aunque fuera lo
último que hiciera.
Vaya Pedro, cuánto tempo sin leer un relato largo escrito por ti. Bastante bueno y muy triste, aunque al final has optado por la esperanza, debe ser porque es verde como el jade.
ResponderEliminarEl jade sin duda que parece ser un producto de una selva que nos aguarda a todos.
EliminarComenté hace un rato, pero no se que ha pasado que no aparece... Decía que a mi modo de ver, con esa última línea hace girar toda la historia, arrojando luz y otorgándole el bien más valioso que pueden albergar nuestros corazones: la esperanza.
ResponderEliminarPensaba que lo de los comentarios estaba solucionado amigo. Hay un cuento de la Yourcenar que me dio pie a esta divagación, un abrazo.
EliminarMe he quedado sin palabras por la belleza de este relato. Parece que estan de turno las naves españolas; pero el relato este, desde ese cura que olfatea el hedor, esa nave al garete o pairo avasallada y condenada, y ese sobreviviente al que dan por muerto en ciudad ajena y extraña. Sin duda, no creo ser la unica que quiere saber que mas le pasara a Tristán Acuña y como hace para encontrar a la niña que le salvo la vida, quizas la preciada joya que le revelo el chaman y no se dio cuenta.
ResponderEliminarQué duda cabe que al escribirlo estuviste muy presente.
EliminarDe paso, le estoy poniendo los links a la web de mi amigo poeta, y le voy a recomendar si o si, que lea esto, le va a encantar sin duda alguna, y bueno, ya sabes que te visitará. La autoria de las obras es de el, el layout y sufrir con el wordpress es mio (plataforma jodida si las hay....) eres uno de los lecturas recomendadas.
ResponderEliminarMuchas gracias Alyx, me parece que debo continuarlo aunque fuera un ejercicio repentino, muchas gracias por todo lo que me dices.
EliminarMuchas gracias a todos.
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