El manantial de la alegría
Del mismo modo que
todas las hadas del norte, Irasmín, se encargaba de la custodia de un
manantial. El suyo nacía entre arbustos, originaba unas charcas
azules, brincaba un poco entre rocas y se
despeñaba formado una cascada que por su sonoridad era conocida
como de la alegría. Pero, como los torrentes imitan los acordes de
las risas de las hadas, estamos convencidos de que era Irasmín el
origen de toda esa dicha.
Una mañana luminosa
llegó un joven a sus aguas para refrescarse. El hada, escondida, le
observó curiosa. Sabía que los mortales eran prisioneros de un
cuerpo que con los años envejecería y, llegado un momento, dejaría
de acompañarles. Tal vez por eso siempre imagino que las
extremidades abotargadas, los rostros arrugados y el temperamento
cascarrabias de los viejos mercaderes, que muy de cuando en cuando
pasaban por allí, era el envoltorio natural de los seres humanos. No
ese ejemplar tan joven y pálido que trasmitía una sensación de
fragilidad que el hada no sabía si la extraía de su cuerpo delgado
o era una manifestación de su propio corazón que se ruborizaba al
contemplarlo. Se presentó ante el joven.
-
Hola humano, soy Irasmín, protectora del bosque y responsable
de estas aguas que te alivian.
El muchacho se
asustó. Percibió que la voz provenía de las hayas o del viento
entre los robles. Le costó unos momentos distinguir la iridiscencia
del hada.
-
Ufff, disculpe que me sacie en ellas sin permiso, llevo días
extraviado sin alimentos, imaginaba que los trolls tenían algo que
ver. Menos mal que escuché entre la espesura el sonido alegre de
esta cascada.
-
Al contrario, para eso están y permanecen tan cristalinas.
Eres libre de quedarte el tiempo que necesites hasta que recobres las
fuerzas.
Cada amanecer le dejaba una provisión de bayas silvestres y fruta.
Jugaban y hablaban sin cesar durante el día y, al ponerse el sol
seguían haciéndolo junto a una hoguera que exhalaba chispas
ascendentes que se confundían con las estrellas. Supo Irasmín que
era hijo de un humilde labrador, llamado a formar parte de los
ejércitos del rey y que esa era, en realidad, la ruta que le había
llevado hasta allí. En la noche profunda acompasaba los
sonidos del bosque para que el sueño le llegara tan plácido como
una brisa. El muchacho nunca se sintió tan resguardado, aquél pequeño claro junto a la cascada era su verdadero hogar.
Muchas veces al despertarse intuía la presencia de Irasmín al lado
y un suave roce de musgo en sus labios.
Llegó el momento de
irse a engrosar las tropas regias, de no hacerlo serían implacables
con su familia.
-
Volveré pequeña hada, si una vez me orienté por el salto de
tu agua, lo podré hacer de nuevo y regresar así a tu lado con
nuevas historias que compartir.
Apenados se
despidieron, el joven encontró la salida por pequeños guijarros
resplandecientes que el hada extrajo de las aguas y colocó en el
sendero.
Sabemos que, en un
lejano páramo, un joven soñador fue a una batalla, que en un lance
se vio tendido mirando las nubes y aprisionando en su puño la
humedad de la hierba.
Los primeros días de
su ausencia el llanto de Irasmín se hizo lluvia, el bosque se anegó,
su caudal bramó y sólo se detuvo para salvaguardar la vida de los
animales. Decidió dedicarse a esperar a su amor, tenía una
inmortalidad para hacerlo.
En Laponia en
invierno se congelan todos los manantiales.
Excepto uno que por
muy gélido que sea el aire o muy grueso el manto de nieve permanece
líquido y estruendoso como mandando misteriosas señales de
orientación.
Me encanta y me transporta.
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