Aridez en las venas
La primera vez que vio sonreír a
un hombre tenía nueve inviernos y la inocencia perdida. El Fascinador bajó
custodiado por dos centinelas, con las manos atadas en la espalda, vestía un
sayo acolchado, aún no tenía puesta la arpillera de los esclavos, cruzó la
vuelta del arenal con la mirada distraída y, al verlos, esbozó una sonrisa y una
mueca que años más tarde, en la soledad de sus noches atribuladas,
interpretaría como un saludo o reverencia. Un ciclo más tarde, sería esa misma
cabeza ensartada en una lanza la que coronaría el este de la mina, por donde el
sol esparciría la sombra terrorífica que debería servirles de aleccionador
destino y, sin embargo, así son los hados, desde aquel momento supieron que la
esperanza sería imparable.
El Fascinador les mostró la existencia de un pasado acurrucando sus
cuerpos, les habló de la belleza del
mundo, de la dulzura de las mujeres, de los árboles mágicos que estremecen corazones,
de los susurros en el valle, les trajo el color, la valentía. La insurrección.
Nueve ciclos cargaba el niño de las manos inquietas, cuatro de ellos
hundido en la mina de roca de Hert, el infecto y descomunal
agujero donde trabajaban de sol a sol los cautivos.
Todo allí.
Era.
Aridez en
las venas.
Los segundos
eran hueso.
El tiempo era
sangre.
Y habría de
cambiar.
Terrible. Arenoso y árido, como bien dices. Falto de esperanza?. Cuántas vidas se habrán visto (y verán) avocadas a tales condenas. La vida entera es la eternidad. Y después nada.
ResponderEliminarMagnífico...y tiene razón, no hay mejor motor del progreso o la reacción que la muerte, la desesperación o...la esperanza
ResponderEliminarUn abrazo amigo...
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