LA EXTRAÑA JUSTICIA 2/2

Del mismo modo en que dos líquidos indisolubles aparentan fundirse si se les agita, articulaban sus diálogos los hermanos en la conveniencia de si el joven necesitaba una aparente y falsa normalidad, como pretendía su abuela, o la aceptación plena de la desaparición como pretendía el ferroviario. Argüía la abuela que el chico era enteramente normal para su edad y le replicaba su hermano que aprendiera a distinguir las señales ocultas más allá de lo que llamaba normalidad. ¿Era normal un adolescente incapaz de establecer relaciones amistosas o amorosas en dos continentes, que sólo se contentara con la lectura y que no saliera nunca? Más por hastío que por convencimiento derivaron su conversación hacia un pacto: dejarle hacer, respetarle, no en vano restaban meses para que fuera mayor de edad. Cometieron la impericia de creerle dormido sin percibir que sus voces llegaban nítidas y temibles.

Esa noche el muchacho apenas pudo dormir porque los tenebrosos fantasmas del mundo adulto se apoderaron de sus párpados. En el desayuno de la luminosa mañana, tartamudeando, les expresó que quería recrear las últimas horas. El jubilado entendió que más que una rememoración de la sordidez lo que pretendía era contravenir el discurso tácito de la sociedad, demostrarse que su madre era inocente.

El expediente policial que pudieron consultar estaba ennegrecido por hongos. Lo espeluznante de las fotos y una conciso interrogatorio a una amiga de su madre fue lo único que pudieron aprovechar. Se afirmaba que "María Sarrión, veintinueve años, sin oficio conocido, llegó a la capital para reunirse en la Plaza del Trébol con un hombre, previsiblemente el padre de su hijo". Leer aquello le produjo un temblor leñoso. Su padre del que nada sabia, ni su nombre, aparecía de repente para dejar un desprendimiento de preguntas. ¿Quería volver con él? ¿Fue a exigirle responsabilidades de crianza? ¿Tuvo su padre que ver algo con la muerte? Avalancha de preguntas. Inexistencia de respuestas.

Quedaba un largo regreso a Zaragoza donde le esperaba otro año de estudios y, por insistencia de su tío abuelo, la doble nacionalidad. Contemplando la fiereza de la lluvia desde un ventanal del aeropuerto de La Aurora sintió, por primera vez, una pesadumbre por su castigada tierra. No supo definirlo ni darle forma pero era una mezcla de dolor, cansancio y desesperanza. La estridente voz del jubilado le sacó de su ensimismamiento. "Traela chaval, que estos señores nos dirán que planta es, que son botánicos". Unos estirados alemanes que regresaban de un congreso botánico como decían las acreditaciones que se balanceaban de sus cuellos, examinaron la desecada flor que hizo de lecho mortuorio. "No es tan extraña, bueno, en la capital si es raro verla. Es una Acantácea, concretamente la Justicia carnea".

Parecía una despiadada broma del destino que con la impunidad de su muerte apareciera rodeada de una planta llamada Justicia. Pasaron el vuelo de regreso sin hablar.

Ocho años más tarde la ropa de María Sarrión fue retirada de los armarios, se dieron misas por ella y sus fotos fueron guardadas excepto una con la que que su madre se haría un medallón. Aquella señora de antaño porte solemne se desmoronó en meses como si sus huesos fueran de humeante yesca. Nunca más vería a su nieto.

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"Quiero delimitar tu contorno madre, quiero borrar tu ausencia con mis dedos, invadir el tiempo perdido, deshacer el camino para hartarme de ti. Quiero revelarte, trazar tu vida, conocer tus secretos. Quiero hacer todo esto para amarte más aún, madre".

 

El inspector Carlos Sarrión guardo bajo llave aquel escrito no fuera que llegara a manos indebidas. Antes de bajar oteo unos segundos el imponente volcán y le dirigió los versos del poeta. "Enhiesto surtidor de sombra y sueño".

 

Foto: Justicia Carnea. http://pharm1.pharmazie.uni-greifswald.de/

Comentarios

  1. Conocía este género de plantas desde hace tiempo. Ni idea de que escabroso rincón de mi cerebro las enlazó con la tristeza de los feminicidios...

    Saludos.

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  2. Interesante y bello relato amigo, Goathemala, que cierras con aquél poema dedicado, si la memoria no me traiciona, al ciprés de Silos. !Que belleza la de aquél lugar!

    Salud

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  3. Sí, Gerardo Diego al ciprés de Silos. Estuve hace poco allí y para mí es un lugar con un significado muy especial.

    Saludos.

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  4. Increible, que final tan atinado con ese poema desgarrador... la única duda que me quedó es ¿en donde quedará la plaza del trebol?.
    De nuevo mis respetos para tan genial manera de escribir.
    Saludos!!!

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  5. Me ha parecido muy interesante tu modo de cerrar el relato, es increíble como escribes. Un abrazo.

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  6. Que bueno!

    nuevamente me quedo de boca abierta, con esta bella historia con poema incluido.
    Y la fragilidad que se descubre en el Inspector Sarrion, es la que lo fortalece y a su vez nos conmueve,(ese que lee poesia a escondidas) ya le vamos conociendo su lado oculto.

    Excelente! un abrazo

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  7. Aplausos!!
    Una historia muy bien narrada y un final espectacular.

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  8. Impacto.
    Impactada me he quedado, magnifico relato, barbaro todos los sentimientos que se pueden sacar del escrito.

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  9. Que al dolor de perder a alguien tan querido se le agregue la incognita, el no saber que paso, debe significar una angustia impresionante. Centro y Sudamerica saben mucho de esto..., cuantos desaparecidos y asesinatos sin aparente razon sufren estas tierras ... Te felicito por tu capacidad de narracion e imaginacion, pudieras escribir una novela si quisieras. Saludos.

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  10. Me ha encantado tanto como la primera parte, me dejas sorprendido amigo, podrías dedicarte a ser escritor profesional.

    Una historia como la vida misma, llena de vicisitudes y pruebas que afrontar.

    Un abrazo.

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